miércoles, 19 de enero de 2011

LA DUDA

    Ayer, en las últimas horas de mi madrugada, envuelta mi consciencia en la aureola de la palabra escrita, me asome al mar de otras desdichas. Y en los concluyentes extraños minutos, solitarios, de mi vigilia, la nave de mi experiencia tomo contacto con las aguas bravas de la duda. Percibí su tristeza, su sensación de fracaso, de traición; pues donde nace la cuna del egoísmo individualista, no hay lugar para la delicada planta de la amistad. Jamás debemos de desposeernos de   nosotros mismos, pero lo que nos distinguirá del resto, será el  conducirnos danzando hacía nuestras metas  con la valentía y determinación del ángel que vuela alto, respetando el espacio global y sin la necia necesidad de reducir cabezas ajenas, con falsos subterfugios que impedirán la consecución natural de los sueños de los demás.
     Por eso anoche, aniquilando el suspiro de mi existencia, hice examen de conciencia. Y mientras la inocencia y la inmadurez llorosas pataleaban desairadas en la ventana de mi pecho, sentí que la duda fundada en la vivencia ajena, me empujaba como onda expansiva a refugiarme en la trinchera más próxima, a nuestra guerra; por temor a ser herida de muerte en un futuro cercano. Y por un instante, me bañó la confusión y me coloque el blanco vestido de las dudas, después me embargo la inquietante certeza de que la vacilación es la madre del aborto y el alienante fracaso. Así pues  a la luz de la ofuscada luna, me desnude de titubeos, me despoje de miedos y como recién nacida, me puse en la piel unas gotas de esencia llamada ilusión. Y fui pausadamente, sumergiéndome,  entre las sábanas que celosas miraban a la capital nocturna. Serena y nueva decidí creer en ti y en mí, para darnos una oportunidad que ni tan siquiera leerás en mis labios, ni en la yema de mis dedos, tan solo la intuirás naciendo en tu pecho.

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