miércoles, 9 de marzo de 2011

A VECES

     A veces me muero por hablarte, por intuirte, por ser el centro de tu atención y de tu interés. Te siento tan inaccesible, quizá tan lejano, como si pertenecieses al paisaje de un sueño, que abandone hace eternas madrugadas. Son horas y más  horas que en mi reloj ilusorio se convierten en insalvables días, semanas y meses, sin saber de ti, de tu cosmos de imperfecciones, de ensueños y ambiciones deterioradas. Decepcionada, compruebo que tus luchas distan mucho de mis absurdos deseos.  
     Divago. Medito. Me pierdo en otros limbos. No sé si te hablo a ti, o le hablo a él, o a alguien que aún está por llegar. Solo quiero rescatarme de tanto ostracismo. Dejar de pensar en quimeras imposibles, aterrizar de una vez. Pero entonces, cobro conciencia de la detestable realidad. Me doy cuenta, que si no me refugio en mi mundo de sombras y desconciertos fantasiosos, no seré capaz de sobrevivir. Eso que llamamos verdad, realidad, o el escenario de la existencia, es para mí ser, un incierto lugar en el que debes armarte de coraje, en el que conviene desarrollar un instinto especial y una segunda piel que te proteja del corrosivo y lacerante entorno… así es que vuelvo a refugiarme en mí, en mi amada soledad, para replegarme en mí pequeño mundo y no lastimarme más que lo justo indispensable…

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